La primera vez que tuve a uno de mis huris en brazos sentí que ese corazón que latía loco y arrebatado, le aportaba a mi vida una felicidad secreta. Pasara lo que pasara, con mi mantra "tengo hurones" (mis amados Popea y Nerón) nada podía opacarse: eran el conjuro mágico contra todas las plagas cotidianas.
Esa alegría íntima se extinguió irremediablemente, el 6 de enero, con el último latido de mi último hurón.
Esta semana, contra todo proyecto personal, recibí a Ronnie en brazos y volví a sentir y hospedar, esa secreta felicidad.
Créanme, uno no salva a nadie, ellos nos sanan el corazón.
Ronnie: ¡BIENVENIDO!
No hay comentarios:
Publicar un comentario